A lo largo de los años hay tradiciones que han ido pasando de padres a hijos y de generación a generación. Esta es la mejor manera de asegurarse que la historia de la familia o del pueblo no se acaba perdiendo. Pero el progreso cada vez nos hace la vida más fácil con el mínimo esfuerzo posible... ¿y quién es el guapo que rechaza eso?. Por culpa de ese progreso hay tradiciones que se pierden...
Recuerdo que cuando éramos pequeños e íbamos de vacaciones al pueblo dedicábamos algunas tardes del mes (por aquel entonces se solía ir un mes enterito) a ir a recoger manzanilla con nuestros padres y tíos... Ellos ya se sabían los puntos estratégicos donde debíamos ir para conseguir unos buenos ramilletes, de esos que luego te saliesen unas infusiones amargas de narices con sólo echar un par de florecillas.
Volvías del paseo con tus ramilletes atados con un junco, con los dedos doloridos (porque evidentemente no te habías llevado nada para cortar los tallos y tenias que arrancarlos) y con un olor amargo en las manos, pero feliz porque no volvías con las manos vacías: sabías que con poco más, ya podías sobrevivir en el campo, en plan MacGyver. Eras capaz de sacar provecho de algo que no habías plantado, siempre y cuando no confundieses la manzanilla con la amagarza, y es que las jodidas florecitas son iguales, se diferencian en el tallo y yendo deprisa quién se fija en el puñetero tallito????.
Si hoy en día le dices a alguno de los Rigüedos “Vamos a recoger manzanilla”, te vas a ver en dos aprietos: primero cuando te digan “Prefiero un JB Cola”, y después para contestar a su pregunta “¿Y de qué árbol dices que cuelgan las bolsitas de Hornimans?”.
